
Los diálogos son, a menudo, absurdos, y las situaciones, totalmente surrealistas; que es lo que se pretendía.
Ejemplo máximo de diálogo ridículo:
“Cuando estemos en Lourdes, quiero que me compre usted una virgen lavable de caucho”.
O cuando, tras escuchar el sonido del cristal de una ventana que se rompe, como explicación, se exclama: “Algún judío que pasaba“.