Antes de los cuartelillos de Gondomar y Baiona, los malos de Nigrán se encerraban en los bajos de la actual biblioteca, en el cuarto que linda con la carretera.
Vestigios de la “estructura defensiva” del edificio son los barrotes de las ventanas, seguramente los originales.
La gente que lo recuerda, le llamaba “la cárcel”. Incluso después de dejar de ser la sede del ayuntamiento de Nigrán, el edificio siguió usándose como calabozo.
Los infelices que lo ocuparon podían ser algún pobre loco del pueblo que algún orden alteró o alguna mujer que carreteó helechos de alguna finca ajena, ambos casos reales. Estos prisioneros eran vistos por la ventana por los vecinos curiosos o, en el caso de la madre presa, por sus hijos pequeños.