“Primera parte
El hombre
Capítulo I
El recuerdo de Joaquín Murrieta
Jorge Washington Hagarthy miraba curiosamente a don César, que tras una breve pausa, contestaba al fin:
–Sí, conocía a Joaquín. En California se le conoce más por el nombre que por el apellido. Cuando alguien, al nombrarle, diga solamente Joaquín, puede usted asegurar que es un admirador. Los que le llaman Murrieta, son sus enemigos. Son los que le odian, sin saber por qué.
–Creo que en eso estamos todos –dijo Hagarthy–. Nadie sabe nada de Murrieta, o de Joaquín. ¿Fue un bandido? Usted dirá, seguramente, que no.
–Fuen un bandido, porque robó y mató por dinero. Pero considerarle único responsable de los delitos cometidos, sería tanto como decir que la piedra que alguien tira desde lo alto de un monte es la única culpable del alud que provoca. Murrieta fue bueno y fue malo. Y esto es lo mismo que decir que fue humano. Desde luego, no era un monstruo; pero tampoco era un santo.
–¿Un patriota? –preguntó el periodista.
–Quiso serlo; pero su ángel tuvo menos fuerza que su diablo.
–¿Quién fue su diablo?
–Jack “Tres Dedos”. Su ángel fue…
Don César volvió a interrumpirse y sus ojos se entornaron, como si recordara una imagen femenina…”
(Comienzo de El diablo, Murrieta y el “Coyote”)
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